Otras dos obras de Eurípides, escritas en su madurez, en las que se pone de manifiesto no sólo su dominio técnico, sino también la sofisticación que el público de la época había alcanzado: obras con abundancia de personajes, mucha acción e historias entremezcladas.
-Orestes. Nueva incursión de Eurípides en el mito de los Atridas, una familia desgraciada donde las haya. En esta ocasión Orestes y su hermana Electra esperan el juicio de la ciudad de Argos, que podría condenarles a muerte por su crimen. Pero en lugar de resignarse, deciden "morir matando". Estos mismos personajes, que en manos de Esquilo y Sófocles tenían una gran talla moral, aquí no son más que humanos débiles, egoístas y cobardes, según los casos (y exceptuando al bueno de Pílades).
-Las Bacantes. Enfadado porque se niegue su divinidad en Tebas, el dios Dioniso castiga a la ciudad enloqueciendo a sus mujeres, que se echan al monte presas de un frenesí báquico. Dioniso juega literalmente con los mortales, sobre todo con Penteo, con quien se ensaña de lo lindo.
Esta es la única muestra que conservamos de drama dionisíaco, una variedad primitiva de tragedia. Y de todas las obras griegas que he leído, ésta ha sido la que más me ha sorprendido: su particular humor, su crudeza, el personaje del dios con su turbadora sonrisa… provocan extrañeza, y la sensación de que se nos escapa mucho del pensamiento y las costumbres de esta gente. Y la verdad, es algo mágico.
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