Hace unos años intenté leer El almuerzo desnudo (1959), de William S. Burroughs, pero tuve que dejarlo, abrumado por semejante despliegue de paranoias e imágenes inconexas. Decidí leerme primero Yonqui (1953), una de sus primeras obras y mucho más accesible, además de estar relacionada con El almuerzo por el tema de las drogas. Aunque en cierto modo, Yonqui es todo lo contrario: su estilo es directo y sin florituras, simplemente la narración de la vida de un adicto, en gran parte autobiográfica: sus dificultades para comprar, para vender, para sobrevivir al mono y huir de la policía. El yonki visto desde fuera, como en un documental.
Al terminar me vi preparado para volver a El almuerzo desnudo. El yonki desde dentro: paranoia constante, alucinaciones, aberraciones de todo tipo, realidad irreal… y el estilo es experimental, cercano a la prosa poética, propio de un Burroughs más curtido en literatura (y en el uso de todo tipo de drogas) que lo da todo en esta novela. Si bien algunas partes son prácticamente incomprensibles, las más son deslumbrantes, y el conjunto vale mucho la pena. Acierta la contraportada cuando dice que, como en Rimbaud, cada línea contiene mil imágenes nuevas y sugerentes. Si fuera un cuadro sería abstracto y provocativo, ¿un Duchamp? De hecho, la técnica narrativa de Burroughs estuvo influenciada por un pintor amigo llamado Brion Gysin, que animó al escritor a emplear su técnica de "cut-up" en narrativa. Gysin sostenía que la pintura le llevaba 50 años de ventaja a la literatura. Posiblemente los libros de Burroughs hayan recortado sensiblemente esa distancia.