Hace unos meses comentaban en solodelibros que los escritores estadounidenses carecen de profundidad, que son “como un caramelo”: gustan pero no sacian. No sé tanto de literatura como para juzgar si la afirmación es cierta, pero de entrada no soy partidario de generalizar. Es cierto que hay tendencia a considerar que los narradores norteamericanos se centran en la acción, y los europeos en el personaje y sus interioridades. Pero ni todos los escritores gringos son Dan Brown, ni todos los europeos Marcel Proust, y en cualquier caso supongo que lo ideal sería buscar el equilibrio entre amenidad y profundidad.
He pensado en ello mientras leía estos dieciséis cuentos que John Cheever -americano de padre inglés- publicó en el New Yorker. Cheever retrata la sociedad del bienestar, la clase media americana de los años sesenta, de una forma muy amena pero que hace pensar al lector. Sus personajes lo tienen todo para ser felices, pero sus vidas se han convertido en algo que no esperaban: les domina el aburrimiento, la soledad, la melancolía, el “¿cómo he acabado yo así?” que tratan de mitigar con alcohol, infidelidades o huidas hacia delante. El autor no se recrea en el patetismo, y consigue que esos burgueses desencantados nos resulten simpáticos y cercanos, apoyándose en un fino sentido del humor. Algunos de los que más he disfrutado:
El brigadier y la viuda del golf. El matrimonio Pastern posee una bonita casa en los suburbios, y un refugio antiatómico en el jardín.
Una culta mujer americana. La mujer del título, culta y de fuerte carácter, se ha casado con un jugador de fútbol americano al que trata de dominar.
El nadador. El relato más famoso de Cheever, llevado al cine con Burt Lancaster en el papel del nadador que atraviesa todo el condado hasta su casa, nadando de piscina en piscina.
La bella lingua, Clementina y Una mujer sin país hablan de la relación de los opulentos (pero catetos) americanos con la empobrecida (pero esplendorosa) Italia, y viceversa. Un tema que Cheever parecía conocer bien y que asoma en otros relatos.
La profesora de música. Con buenas dosis de su particular humor, narra la clave secreta para recuperar la felicidad conyugal.
He pensado en ello mientras leía estos dieciséis cuentos que John Cheever -americano de padre inglés- publicó en el New Yorker. Cheever retrata la sociedad del bienestar, la clase media americana de los años sesenta, de una forma muy amena pero que hace pensar al lector. Sus personajes lo tienen todo para ser felices, pero sus vidas se han convertido en algo que no esperaban: les domina el aburrimiento, la soledad, la melancolía, el “¿cómo he acabado yo así?” que tratan de mitigar con alcohol, infidelidades o huidas hacia delante. El autor no se recrea en el patetismo, y consigue que esos burgueses desencantados nos resulten simpáticos y cercanos, apoyándose en un fino sentido del humor. Algunos de los que más he disfrutado:
El brigadier y la viuda del golf. El matrimonio Pastern posee una bonita casa en los suburbios, y un refugio antiatómico en el jardín.
Una culta mujer americana. La mujer del título, culta y de fuerte carácter, se ha casado con un jugador de fútbol americano al que trata de dominar.
El nadador. El relato más famoso de Cheever, llevado al cine con Burt Lancaster en el papel del nadador que atraviesa todo el condado hasta su casa, nadando de piscina en piscina.
La bella lingua, Clementina y Una mujer sin país hablan de la relación de los opulentos (pero catetos) americanos con la empobrecida (pero esplendorosa) Italia, y viceversa. Un tema que Cheever parecía conocer bien y que asoma en otros relatos.
La profesora de música. Con buenas dosis de su particular humor, narra la clave secreta para recuperar la felicidad conyugal.
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