martes, 22 de enero de 2008

Águila de blasón

En el mismo número de Babelia en el que se publicó Ciao, Verona, el cuento inédito de Julio Cortázar del que ya os hablé, se incluían también fotos y artículos sobre el escritor de Banfield. En uno de ellos se hablaba de su biblioteca, y de la costumbre que tenía de customizar sus libros, dibujándolos o anotándolos; uno de estos libros era Águila de blasón, en el que Cortázar apuntó: “Enorme y triste parodia. Ni comedia, ni bárbara”. Se produce una curiosa sensación cuando alguien que admiras critica algo que te gusta (aunque en este caso “enorme y triste parodia” podría no ser peyorativo, le va bien a lo esperpéntico de la obra): es verdad que Águila de blasón es más floja que Cara de plata (escrita quince años después), y que tiene poco de comedia, pero a mí me cautiva, como todo lo que llevo leído de Don Ramón del Valle-Inclán.

Quizá sea porque siento cercanos esos paisajes gallegos que Valle conoció tan bien, y a los que consigue dotar de una poderosa mitología en la que abundan milenarias piedras celtas, sórdidos cementerios, sucias tabernas… es un universo mágico que el autor recrea a la perfección, poniendo especial atención en el lenguaje, que tiene una fuerza tan arrolladora como la de los sentimientos que dominan a los personajes.

Han pasado ciento un años desde su publicación, y algunas de sus formas pueden haber perdido vigencia, o parecer ingenuas al lector actual, pero hay que recordar que hasta ese momento nadie había ido tan lejos en la literatura española. Para mí, al menos, conserva su frescura y su modernidad. Hasta dan ganas de leer algunos párrafos en voz alta…

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