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En el mismo número de
Babelia en el que se publicó
Ciao, Verona, el cuento inédito de
Julio Cortázar del que ya os hablé, se incluían también fotos y artículos sobre el escritor de Banfield. En uno de ellos se hablaba de su biblioteca, y de la costumbre que tenía de
customizar sus libros, dibujándolos o anotándolos; uno de estos libros era
Águila de blasón, en el que Cortázar apuntó:
“Enorme y triste parodia. Ni comedia, ni bárbara”. Se produce una curiosa sensación cuando alguien que admiras critica algo que te gusta (aunque en este caso “enorme y triste parodia” podría no ser peyorativo, le va bien a lo
esperpéntico de la obra): es verdad que
Águila de blasón es más floja que
Cara de plata (escrita quince años después), y que tiene poco de comedia, pero a mí me cautiva, como todo lo que llevo leído de
Don Ramón del Valle-Inclán.
Quizá sea porque siento cercanos esos paisajes gallegos que Valle conoció tan bien, y a los que consigue dotar de una poderosa mitología en la que abundan milenarias piedras celtas, sórdidos cementerios, sucias tabernas… es un universo mágico que el autor recrea a la perfección, poniendo especial atención en el lenguaje, que tiene una fuerza tan arrolladora como la de los sentimientos que dominan a los personajes.
Han pasado ciento un años desde su publicación, y algunas de sus formas pueden haber perdido vigencia, o parecer ingenuas al lector actual, pero hay que recordar que hasta ese momento nadie había ido tan lejos en la literatura española. Para mí, al menos, conserva su frescura y su modernidad. Hasta dan ganas de leer algunos párrafos en voz alta…
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