Últimamente Alberto salía casi todas las noches, aunque cada vez encontraba menos satisfacción en hacerlo: las mismas caras, las mismas risas forzadas en el último pub de moda. Se había convertido en rutina, pedía un whisky tras otro y se abandonaba a charlas intrascendentes, cotilleos, juegos, en ocasiones alguna pelea de la que tenían que apartarle sus amigos.
Aquella noche de viernes, apoyado en la barra, bebía su copa y fumaba un cigarrillo con la vista perdida en los cuerpos que se retorcían frente a él en la pista de baile, sin prestarles demasiada atención.
Entonces apareció ella. Alberto se sobresaltó al verla avanzar por la pista, abriéndose paso entre la gente, la furia brillando en sus ojos verdes, que habían encontrado ya los suyos. Cuando llegó frente a él, sin mediar palabra, le cruzó la cara de una bofetada.
Lo asió de la manga y lo arrastró afuera, ignorando sus protestas. Todo el pub les miraba, y Alberto deseó estar en cualquier otro lugar, al tiempo que notaba el calor en su mejilla y escuchaba, como desde muy lejos, los mismos reproches, las mismas palabras de siempre: “qué voy a hacer contigo”, “que sólo tienes trece años…”, “ya verás cuando se entere tu padre…”
2 comentarios:
Redondo.¿Has publicado ya algo?
Bueno, alguno de estos microcuentos (éste, por ejemplo)los he colado en una revista gratuita pero de bastante difusión por aquí. Estamos "trabajando en ellou"...
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